Es un hecho indiscutible que cualquier padre o madre ha querido “meterse” en la cabeza de su hijo para comprobar lo que está pensando o sintiendo, o para intentar moldear, cambiar o entender algún pensamiento o emoción. Para ello, es algo común el intentar averiguar qué forma de educar es la más idónea para estimular el cerebro de sus hijos, para que sean inteligentes, sepan tomar decisiones y gestionar los conflictos, o aprendan a controlar las emociones, entre otras cosas. Vamos a aportar algunas ideas para relacionar algunas competencias parentales con el desarrollo cerebral de los niños:
1.- Un cerebro es lo que somos. Y somos, entre otras cosas, lo que hacemos y sentimos. Y lo que hacemos, normalmente, lo decidimos. O sea, que podríamos decir que los indicadores de si un cerebro está funcionando bien son sus productos: las decisiones. El cerebro necesita entrenamiento. Y oportunidades para desarrollarse. Una buena competencia parental es ofertar esas oportunidades. Por eso, lo que puedan decidir los hijos, que lo hagan.
2.- Un bebé no puede dirigir su cerebro por sí mismo. Su cerebro le dirige. Por eso, necesita otros cerebros externos que le ayuden a aprender a dirigirlo. Es decir, necesita unas pautas educativas adecuadas que delimiten lo que pueden decidir y lo que no pueden decidir. Necesita unos cuidadores que le guíen, que confíen, que se adapten a su ritmo evolutivo, que estructuren su aprendizaje. Muchos trastornos de personalidad, las esquizofrenias, las dependencias sociales, trastornos disociales… tienen como factor común que durante la etapa infantil ese cerebro no fue cuidado ni educado adecuadamente.