Todas las madres y los padres,
normalmente, desean de sus hijos e hijas que sean responsables, honestos, sociables, tolerantes,
perseverantes, simpáticos, luchadores, sinceros, confiables, seguros,
exitosos... y, sobre todo, felices. Educar en la actualidad no es tarea fácil,
pero tampoco es una misión imposible.
La tarea educativa corresponde a toda la
sociedad. Los padres, las madres, el abuelo y la abuela, la escuela, las
amistades, la comunidad…son partes imprescindibles de un mismo proceso. Y las
madres y los padres son las figuras indiscutibles de ese proceso, que guían y
supervisan el proceso de crecer, que tienen la complicada misión de ayudar a
sus hijos a ensamblar las
diferentes piezas de un complejo puzzle.
Educar es preparar a los niños para vivir
en sociedad. La educación debe contribuir a formar personas que puedan convivir
en un clima de respeto, responsabilidad, ayuda mutua, tolerancia,
libertad, igualdad… Educar es hacer que los hijos sean personas felices, sí,
pero no se puede olvidar que los buenos ciudadanos, las personas buenas, son
felices. Educar es potenciar sus habilidades para que puedan transformar la
sociedad, para que participen activamente en la vida pública, para que piensen
que otro mundo es posible.
La familia es el fundamento de toda
sociedad civil bien construida, es la puerta de entrada al territorio, a la
comunidad. Es indispensable para el logro del interés colectivo y de las
relaciones respetuosas. La familia es, por tanto, la primera escuela de los
valores. El desarrollo del respeto, la tolerancia, la libertad, la
participación, la solidaridad, entre otros valores, se inicia en el seno
familiar. Pero, ¿qué es lo que se valora en la actualidad?, ¿qué es lo que se
desea para los niños? Cada familia debe elegir cuál es el marco de referencia
en el que va a educar a sus hijos, cuáles son los valores que quieren
potenciar.
Valores y educación forman una unidad
inseparable. La educación no es neutra. Se prefieren, se desean, se eligen los
valores. Los valores dan sentido a la educación, dan sentido a la vida. Son los
que motivan a la acción, orientan las decisiones, las que guían el
comportamiento.
Al principio, todo lo referente a los
valores lo deciden los padres: dónde se vive, a qué colegio va, qué se consume,
en qué se cree, qué personaje es más interesante, qué se puede hacer en el
tiempo libre, qué palabras se dicen en alto... Al hacer todo esto eligen las
bases donde se va a asentar la educación de sus hijos. Llegará un momento que
en que los hijos son los que decidan lo que desean (y puede no coincidir con
los deseos de los padres). Y los padres tienen que aceptar que tarde o
temprano, esto va a ocurrir. Si una familia ha sido inteligente, si ha confiado
en las decisiones de los hijos, si ha dado lugar a que sean personas autónomas
y responsables, habrán tenido éxito. Puesto que, aunque hayan elegido un camino
diferente, tendrán la oportunidad de llegar allí donde su padres deseaban, a la
felicidad.
Pero para que los hijos y las hijas asuman
cualquiera de los valores que su familia ha elegido hay que ir más allá de tener
la seguridad de que esos valores son los adecuados. Han tenido que criarse en
un entorno seguro, en un contexto amoroso y estructurado, donde se ha ido, de
forma progresiva, del control externo al autocontrol, donde se han respetado
los tiempos y los procesos del lenguaje interior de los niños.
La educación en valores, lo que se
considera socialmente deseable, se basa en la interiorización de los límites,
en la interiorización del reparto y control de las decisiones. Este libro ha
dado muchas pistas sobre eso. No sobre cuáles son los valores adecuados para la
educación de los niños y niñas, sino sobre cuáles pueden ser los métodos y la
forma de actuar de los padres y las madres para conseguir que los valores
entren a formar parte de la vida de sus hijos. Cuando los niños y las niñas han
contado con una familia que les ha educado en la responsabilidad, la autonomía
y la seguridad, es mucho más fácil que esas personas se comprometan con los
valores más deseables. Para que se valore el cuidado de las personas
(respetamos el sueño del vecindario), el cuidado del territorio (voy a tirar
los restos del botellón en la papelera), o el cuidado del planeta (el plástico
en este contenedor, el papel en este otro), tenemos que facilitar que quien
tiene que hacerlo asuma que debe hacerlo, porque es lo correcto, porque es lo
mejor.
Existe una conexión entre la educación en
valores y el semáforo inteligente. El semáforo se puede ir apagando, cuando los
hijos van aceptando ciertos valores como marco de referencia para su toma de
decisiones. Para que esto ocurra, es necesario que los campos de decisión
recorran todos los colores del semáforo de forma adecuada. Es decir, no se
puede exigir una conducta moral en un niño si anteriormente no se le ha hecho
sentir competente, no se ha confiado en él, no se ha sentido aceptado
incondicionalmente, no se han puesto los límites de una manera adecuada, no se
ha negociado. El sentido del deber no aparece porque sí. Se aprende.
La educación en la familia consiste en
trasladar el control y la responsabilidad de las decisiones de los padres a los
hijos, de forma progresiva, a un ritmo adecuado, aportando la dosis de
seguridad necesaria en cada momento de su desarrollo. Aceptando al final del
proceso, la mayoría de las elecciones, preferencias o deseos de su hijo.
La inseguridad en los niños y en los
adolescentes tiene diferentes rostros: miedosos, hostiles, sumisos,
dependientes, agresivos, ansiosos, caprichosos, impulsivos, irresponsables,
exigentes, tiranos, evitadores, pasotas… Diferentes versiones que provienen de
una misma raíz: en la familia no se ha sabido o no se ha podido construir un
apego seguro.
El semáforo inteligente es una técnica que
facilita la construcción y el mantenimiento de un apego seguro, que permite la
educación en valores. El saber equilibrar y reajustar en las diferentes fases
del desarrollo infantil los campos de decisión con los colores del semáforo es
la clave. La habilidad de los padres a la hora de tomar las decisiones, a la
hora de compartir decisiones con sus hijos, y a la hora de confiar en las
decisiones que toman sus hijos, es la que aporta la seguridad necesaria para
que los niños maduren felices. El semáforo inteligente ha sido una técnica muy
útil para muchas familias. Es mi deseo que haya servido también a tu familia.
Ha sido un placer compartir este libro.
Tienes razón. Lo intentamos, pero es un proceso largo y poco a poco se irán viendo y se ven los resultados.
ResponderEliminarLa charla de hoy ha sido interesante y has conseguido que nos vayamos todos pensativos. Eso es muy importante, eres una persona muy cercana, que habla sin tapajus, directo al grano y muy cercano. A mí eso personalmente me gusta,tanto para bien como para mal. Ya sé que a tí lo de las etiquetas no te gusta, vamos a hablar mejor de situaciones o de que no todos los niños son iguales y cada uno tiene su propio pasado. Es cierto que cuando yo te he formulado la pregunta, tú es normal, la has respondido generalizando, claro yo no voy a exponer delante de gente que no conozco, (hay personas que sí me conocen y conocen mi caso ), lo que mi hijo lleva en su mochila. Por eso es que me he ido un poco pensativa y emocionada después de a ver oído tú respuesta, ya que yo no quería exponer lo que realmente le está ocurriendo a mi hijo, esa responsabilidad, esos límites tan altos que él se pone vienen por su pequeña mochilita que trajo cuando tenía un año. Unos padres les exigen más, nosotros al nuestro le tenemos que restar importancia tanto en lo personal como en lo escolar, por el miedo al fracaso, a su baja autoestima y sobre todo al ABANDONO. Cuesta mucho y no es que me haya salido de la charla pensando que no estamos haciendo lo mejor posible las cosas, si no por la impotencia de saber que el camino es largo y sobre todo como padres, la responsabilidad y la lucha diaria por intentar decirle que no todo en la vida es perfecto, nadie somos perfectos y lo único que queremos es que sea feliz, que le queremos muchísimo y que siempre estaremos ahí para ayudarle. Asier es al revés, no pide ayuda, le cuesta mucho y si hay algo que le cuesta muchísimo, es poner nombre a sus emociones y miedos. Hay madres que han salido diciendo que la conclusión que han sacado es que no les dan la suficiente libertad, eso de soltar la cuerda les da miedo. Nosotros al revés, le damos esa libertad porque sabemos que es responsable (dentro de unos límites), y de momento no nos ha fallado. Es decir lo que a los demás les da miedo, es lo que nosotros queremos conseguir con él y es por lo que luchamos. Gracias por esa charla el libro merecía la pena, pero escucharte ha sido mejor. Un saludo.
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